Ojos tristes e inquietos como el culito de una hormiga
[Cuento - Texto completo.]
Keter Lousvart
La noche había caído sobre la Gran Ciudad y la luna llena ejercía su influjo mágico en lo alto del firmamento. Sin embargo, su luz apenas podía penetrar un cielo colapsado por el smog, el neón de los reclamos publicitarios y las luces de las farolas y rascacielos.
La contaminación lumínica y del aire eran terribles allí. Tanta era la polución en aquella ciudad que, en sus doce años de vida, la pequeña Cloe nunca había visto desde la ventana un cielo lleno de estrellas ni tampoco una luna poderosa y brillante, de esas que jamás se olvidan. Los había imaginado, eso sí, en los cuentos que su abuela le contaba antes de dormir; y ella adoraba aquellas historias que le descubrían tantas cosas invisibles a sus ojos.
Cloe tenía pocas ganas de ir a dormir. Se acurrucó junto a su abuela en el sofá y sus grandes ojos claros brillaban de pura ilusión por escuchar un cuento. "Abu, la luna apenas se ve, pero me gustaría sentir su embrujo, por favor, haz que llegue hasta nosotras toda su magia; cuéntame otra vez la historia de Nya", suplicó la niña, acariciando suave y repetidamente la mano de la anciana para que accediera.
La abuela sonrió con ternura, respiró largamente, se arrebujó bajo la manta junto a la niña, acarició su pelo rubio y con un siseo llamó al gato, que vino corriendo desde el pasillo, saltó a su regazo y se metió bajo la manta.
A continuación, posó su arrugada mano sobre el minino con amor y comenzó la historia mientras la bruma, como cada noche, envolvía la ciudad cada vez con más fuerza...
"Había una vez, querida Cloe, en una ciudad muy parecida a la nuestra, una mujer llamada Nya que sufría en silencio porque su existencia había estado llena de grandes dificultades y las cosas no parecían mejorar.
Como te acordarás, sus problemas eran muchos y muy diferentes, pero todos ellos tenían algo en común, y es que le hacían sentir frío en el alma.
Nya sentía que, por más que se esforzara, la vida no la trataba bien y necesitaba averiguar qué pasaba para intentar remediarlo.
La pobre luchaba por su felicidad como sabía y podía, pero no lograba nada. Se pasaba las noches en vela, intentando averiguar qué estaba haciendo mal y no atinaba a entender qué le hacía infeliz. En muchos momentos se sentía rechazada, pero ni siquiera sabía si realmente era así, porque todos a su alrededor se comportaban con aparente normalidad.
Tampoco nadie le había mirado con un odio que a ella la estremeciera ni le habían dirigido palabras gruesas más allá de cuatro pirados o amargados que, para ella, no contaban. En muchas ocasiones, sin embargo, se sentía poco importante y no conocía lo que era que la valoraran o apreciaran.
No le iba mejor a Nya en su tiempo libre. Fracasaba en sus intentos de hacer nuevos amigos, aunque ella sabía que los amigos de verdad son una joya escondida que hay que encontrar y cuidar como oro en paño, como le decía de niña su abuela. Tan sola y falta de afecto se encontraba que la pobre llegó a pensar que a lo mejor necesitaba el mapa del tesoro de tan ocultos que estaban.
La vida de Nya se reducía a un trabajo extenuante y mal pagado y a unos pocos ratos de ocio tediosos y empezó a dudar de todo, pero sobre todo de ella misma. Solo sabía que se sentía pequeñita y que la recorría un frío intenso muy extraño que le congelaba el corazón cuando salía del barrio de Las Chocitas, donde malvivía. A pesar de que en aquel lugar de constantes necesidades y penurias había algunas buenas gentes que le ayudaban, y a las que, como buena vecina, también ella correspondía, y de que en el trabajo también tenía buenos compañeros, no se sentía realmente querida y la luna era su única amiga.
Tan triste y desesperada estaba Nya, que no sabía si gritar su pena, si rogar a los demás que la quisieran o simplemente darles la espalda, como le pedía su dignidad.
"¿Acaso no tengo derecho a existir? ¿no merezco amar y ser amada?", le preguntó a la luna llena una noche en la que se sentía más sola que nunca. No obtuvo respuesta, pero la reconfortó quedarse mirándola durante un largo rato y su halo la vistió con una capa de protección invisible que se convirtió en su ángel de la guarda.
A partir de entonces, esta capa mágica restó brillo a la luna pero ayudaba a Nya a protegerse y reponerse de los sinsabores y tristezas de la vida, aunque seguía sintiéndose infeliz. A veces intuía que, a lo mejor, todos sus problemas eran por ser demasiado obediente y sumisa. Hasta que no tuvo duda alguna de ello desde que una misteriosa voz que acariciaba sus oídos de vez en cuando le sugería una y otra vez que debía echar a volar.
Nya no sabía cómo podría hacer tal cosa. Se notaba pesada, como si llevara una de esas bolas que arrastraban antiguamente los presos, asidas al grillete del pie. Cuando veía en el horizonte a algún pájaro volando sonreía de forma espontánea, pero pronto volvía a sentirse atada a un asfalto lleno de agujeros que recorría cuatro veces cada día, desde su casa hasta el trabajo y desde el trabajo a su casa, como una eterna condena. Ni siquiera tenía las alas de la imaginación para intentarlo y, poco a poco, el sol de la esperanza estaba convirtiéndose en una débil llamita.
Pero no todo estaba perdido, querida Cloe, porque lo cierto es que Nya podía volar, y más alto de lo que ella hubiera creído jamás. Para alcanzar los cielos, solo tenía que liberar a un pájaro triste y cabizbajo que, aunque ella no lo sabía, vivía en su interior.
Nya lo supo cuando la misma voz aterciopelada que, de vez en cuando, le susurraba palabras de consuelo en los momentos más difíciles, le descubrió la existencia del ave. Y no tardó en descubrir que el pájaro estaba hecho de lo mejor de ella misma, que se había estado alimentando de sus silencios, de sus lágrimas, de las emociones reprimidas, de la vida robada por aquel entorno gris que le negaba siquiera un rayito de sol.
Recuerdo que me preguntabas cómo puede un pájaro crecer dentro de una persona. Pues bien, como recordarás, estamos hablando de un pájaro muy especial, que solo vive en el reino de la fantasía, pero también muy real, porque la imaginación forma parte de la realidad. Nació y creció desde algún lugar de ella misma, alimentándose de todos sus anhelos estrellados contra el suelo, de sus deseos no cumplidos, de las montañas de injusticias que tuvo que tragar, de sus penas sin final y de tantas otras cosas que la vida le negó. Todo eso lo hizo crecer en su pecho, junto a su corazón cansado, pero aún deseoso de amar y ser amado.
Una vez supo de su existencia, Nya no sintió miedo porque se dio cuenta de que, por fin, tenía un verdadero amigo siempre con ella. Pero no podría retenerlo por siempre porque un pájaro necesita volar y ella entendió que el suyo solo iba a poder ser libre en un mundo libre.
El pájaro también quería mucho a Nya, pero necesitaba volar y sabía que eso la alejaría de ella. Aunque estaba deseoso de extender sus alas en un cielo infinito, sobre todo soñaba con un vuelo suave y silencioso para conquistar el cielo que le había sido negado a Nya.
Nya también tenía la absoluta certeza de que liberarlo era la única manera de salvarse del infierno que sufría en vida, porque el pájaro volaría por ella, sería libre por ella. Aquella idea le daba un poco de miedo, la libertad siempre asusta, pero sentía que no podía ni debía retenerlo.
Comprendió la vital importancia de dejarlo ir, de ayudarlo a coronar el cielo, de hacer mil volteretas en el aire, de zambullirse en las nubes y de perderse en la lejanía en su conquista de la libertad. Y también le gustaba pensar que quizás, solo quizás, una vez borracho de libertad, el pájaro también volvería de vez en cuando para verla y alegrarle el alma, pero solo si él lo decidía.
Así nació un pacto secreto entre los dos. Nya prepararía un cielo azul para su pájaro y él volaría libre por ella durante toda la eternidad. Ese era el plan y el objetivo de vida para ambos a partir de entonces.
Nya debía hacer su parte primero. Debía hacer cambios importantes en su vida y estaba dispuesta a cualquier cosa. Y llegaron, con lentitud pero llegaron. Los días se sucedían todos iguales pero algo estaba cambiando aunque no se notara. Uno de esos cambios que harían una gran diferencia fue la relación de Nya con su pájaro. Aunque la vida seguía siendo difícil, ella nunca olvidaba acariciar a ese dulce pájaro que la habitaba ni dejaba de decirle que sentía en su corazón que la liberación estaba cada vez más cerca.
A menudo hablaba también de otras cosas con su pájaro, que permanecía acurrucado junto a su corazón medio moribundo, pero aún con muchas ganas de vivir. Sobre todo, Nya había vuelvo a confiar en el futuro desde que el pájaro se convirtió en su gran amigo. Aquella calidez le hizo sentir menos frío y creer que, por fin, todo era posible juntos, porque además tenían la gran fortuna de que la luna fuera su aliada, le decía también en sus conversaciones.
Su relación con el pájaro hizo un gran cambio en la actitud de Nya ante la vida. Cuidar del ave y prometerle que iba a conquistar su libertad pronto, pero solo cuando el cielo fuese azul, era su manera de recordarse a sí misma que no debía acostumbrarse al rechazo ni tolerar maltratos o injusticias. Con su aleteo y con sus cantos, con el roce de sus plumas, el pájaro le decía que ella era un ser humano como cualquier otro y Nya comprendía que, solo por esa razón, únicamente por eso, no merecía que le hicieran sentirse inferior.
Entonces Nya dejó de mirar al suelo y levantó la mirada. En un intento de buscar aliados para detener esa discriminación, hizo caso a su pájaro y creo su propio cielo azul para emprender el vuelo. Miró a su alrededor y, justo en ese momento, empezó a verla con más claridad. Aprendió a identificarla, a darse cuenta de que esos aires de superioridad y otras actitudes feas, que ella encontraba tan absurdas, también las sufrían otras muchas personas cercanas a ella simplemente por su aspecto, su género o su pobreza.
Empezó a notar también el rechazo en detalles que le resultaban curiosos, a entender la elocuencia de las miradas, de las decisiones que la excluían porque sí, de los silencios o, por ejemplo, de las bromas e ironías que le dolían como si fueran sarcasmos, y que también sufría. Eran incontables las situaciones ante las que, tantas y tantas veces, le reconcomía la impotencia. Ni siquiera la capa protectora tejida con luz de luna podía ayudarla lo suficiente para sentirse una más y, al mismo tiempo, libre, única y especial, como deberíamos ser todos los seres humanos.
Tener mejor actitud, positiva y luchadora, e identificar los maltratos había sido liberador, pero no lo suficiente para que su amado pájaro pudiera volar en un cielo azul durante toda la eternidad. A ratos la inundaba la tristeza al ser consciente de tanta mezquindad a su alrededor y decidió mirar hacia otro lado. Alzó sus ojos tristes e inquietos como el culito de una hormiga y empezó a soñar despierta. Nya empezó a escudriñar el cielo sin caer en ensoñaciones, de forma activa, y decidió que la luna era el mejor destino al que escapar. Quizás el único lugar donde salvarse.
Dejó de verla como una inspiración o un refugio para su alma y le imploró que se la llevara lejos, que les permitiera a ella y a su pájaro vivir con ella.
Fue la propia luna la que le susurró que tuviera la valentía de no escapar. Entonces se armó de valor y decidió liberar a su pájaro en tierras de libertad e ir ella también allí, pero sin abandonar el lugar donde había nacido, y donde pretendía llegar a vieja y morir en paz.
Aquella idea parecía una contradicción. ¿Cómo iba a ir lejos sin irse?. Era posible, desde luego, y una mañana halló el modo de hacerlo. Harta de que aquel sin vivir se le comiera los días, se miró al espejo y se dijo: "de acuerdo, no me siento valorada. Y mi familia y vecinos del barrio también están sufriendo un maltrato constante que se lleva su alegría y la esperanza en un futuro mejor. Lucharé por ellos, lucharé por alcanzarlo".
La situación era desesperanzadora, pero su valor crecía y Nya era una persona valiente, que quería luchar con todas sus fuerzas. Eso es justo lo que hizo. Se dio cuenta de que tenía que comenzar a hablar y pensó que si expresaba su pena, sus ideas y sus pensamientos, quizás empezaría a existir para los demás.
Nya temía malas reacciones a su alrededor, tenía miedo, pero el pájaro le infundió valor. Para su sorpresa, los reparos desaparecieron casi de inmediato. Nada más empezar a expresarse, lamentó tantos años de no haberse rebelado contra las injusticias, y le entraron muchas ganas de llorar al darse cuenta de que se podía tener opinión propia y manifestarla sin necesidad de elevar la voz ni insultar. Pero ella no lloraba, se juró no hacerlo nunca, por lo que apretó los dientes y siguió adelante con su plan.
Todo resultó más fácil de lo que esperaba. Sencillamente, se dejó llevar por su espontaneidad y buen corazón, sin miedos. En lugar de esperar a que le tendieran la mano, a que le invitaran a hablar, comenzó a tenderla ella a los demás, y se quedó con quienes se la tomaron, sin hacer mucho caso a quienes se hicieron los desentendidos. También soltó su lengua como nunca antes; mantenía las formas pero era muy directa y, como sus pensamientos no eran ofensivos ni su carácter agresivo, aquella Nya habladora era una persona que muchos empezaban a respetar y a admirar.
La nueva Nya le gustaba mucho más; lo notaba en un sinfín de nimiedades cuya importancia descubría y en las que antes ni se fijaba. Empezó a darse cuenta de que estaba empezando a caminar más erguida y su mirada brillaba con el brillo de la vida.
Nya nunca imaginó que la gente le respondería de un modo tan maravilloso. No era toda, solo unos pocos, en realidad, pero si recordaba su vida antes y la contraponía a la de ahora, no había ni punto de comparación. Antes se sentía muy sola y ahora estaba rodeada de personas que de verdad la apreciaban. Todo un cambio que le hizo entender que ese era el camino.
Los días pasaban, con sus más y con sus menos, pero Nya no desfallecía en su búsqueda de la felicidad. Le parecía que no era mucho pedir encontrar sentido a su vida y un lugar en el mundo. En sus noches de insomnio cantaba nanas al pájaro y miraba a su idolatrada luna.
La paz que le transmitía mirar a la luna le inundaba el alma; solo sentirla en el cielo la calmaba y mantenía viva su esperanza, que imaginaba como una débil llamita que podía apagarse con un simple soplido. Eso la asustaba, sabía que a oscuras nada sería posible ya, pero por muy asustada y muy mal que se sintiera, seguía adelante y nunca se permitía llorar. Algo se lo impedía y no sabía por qué, pero intuía que tenía mucho que agradecerle a su pájaro cautivo.
Nya empezó a quererse mucho y bien; y a querer también mucho y bien a quienes la respetaban para combatir esta situación de menosprecio tan dolorosa para ella y para tantas otras personas que la sufrían.
Y comenzó a preparar un cielo azul para su pájaro. Al principio, sus intentos fueron tímidos, pero exitosos. Aunque su vida parecía la misma, poco a poco se iba apagando ese frío interior que no consigue quitar ni una montaña de mantas como esta que ahora nos abriga. Y la calidez empezó a calentar un poquito su corazón.
Tomar el control de su vida hasta apartar las nubes negras del cielo no fue fácil. Estas cosas nunca lo son, mi adorada Cloe, pero las recompensas comenzaron a llegar. Observó que cambiar su actitud, dejar atrás su mutismo, hacía que todo cambiara para ella, aunque todo siguiera igual a su alrededor. Empezó por lo que tenía más cerca. Cada vez que escuchaba un insulto o alguna frase despreciativa dirigidos a ella o a algún colega del trabajo levantaba la cabeza para protestar con argumentos y educación, y luego volvía a sus tareas.
Se sentía orgullosa de ella misma. En lugar de encontrar rechazo, perder el miedo a expresarse fue una manera de descubrir a gente maravillosa que hasta entonces tampoco se había atrevido a hablar. Hizo nuevos amigos en el trabajo y también fuera porque se mostraba tal y como ella era en realidad y así lograba un mayor respeto.
Por supuesto, quienes no la respetaban seguían mostrándose indiferentes o molestándola, pero ahora ya no merecían su atención, por lo que tampoco conseguían afectarla como antes. Dejó de dudar de sí misma y empezó a verse en los ojos de las personas que merecían la pena, esas fueron sus grandes conquistas. El cielo estaba cada día un poquito más azul y su pájaro se sentía orgulloso de ella y celebraba su valentía ahuecando las alas y cantando muy bajito melodías preciosas. Definitivamente, ahora sí veía cada vez más cerca su liberación.
Nya también sentía que se acercaba el momento de dejar que su amado ser alado alzará el vuelo.
Los días continuaban cayendo como las hojas de los árboles en otoño y su hermosa sonrisa se quedó a vivir en su boca. Por fin era una persona positiva, sin caer en un excesivo optimismo, pero con unas desmedidas ganas de vivir. Probablemente, porque con su nueva actitud todo comenzó a tener sentido hasta un punto que no había imaginado. Descubrió que dedicar su vida a luchar por quienes de verdad lo necesitaban era una manera de luchar por ella misma, por el respeto que todos nos merecemos. Al salir del trabajo a menudo colaboraba con asociaciones a favor de los derechos humanos, que se dedican a combatir estigmas, marginación, exclusiones y segregación de grupos o personas solo por el color de su piel o por cualquier otra causa absurda.
Nya participaba en muy distintas causas que consideraba justas. Cuanto más lo hacía, mejor se sentía y su pájaro más revoloteaba en el pequeño cielo azul que había nacido en su pecho.
Del modo más natural, la vida le sonreía y ella sonreía a la vida, pero el frío no había desaparecido del todo y seguía helándole el alma. Casi sin darse cuenta, se acostumbró a expresarse, a sentirse ella misma, y pensaba que ya no podría vivir callada. Sobre todo, se lanzaba a luchar contra las injusticias cada vez que pensaba en el tiempo que había perdido sometida a los demás y en silencio, en cuántas lágrimas había contenido.
Nya no solo defendía a las personas. Como era de esperar, siendo una amante y rescatadora de gatos en apuros de su barrio, también empezó a plantearse el sufrimiento de los animales no humanos. Empezó a tirar del hilo rojo de su corazón y llegó a la conclusión de que a los amigos no hay que comérselos, no importa de qué especie sean.
En cuanto se informó sobre la manera de respetarlos sin que afectara a su salud, no lo dudó y se hizo vegana, también por respeto y consideración hacia su tan amado pájaro.
Las veces que atravesaba el pasillo de la carne en el súper, se lamentaba de no haberse dado cuenta antes de todo aquel maltrato que infligimos a los animales, una obviedad tan clara.
En ese preciso momento, sintió a su pájaro inquieto, deseoso de volar con más fuerza que nunca. “Será esta noche, así podrás bañarte en luz de luna y esperar el día, que vendrá para recibirte con el cielo azul jamás imaginado”, le dijo con el pensamiento, a través del que siempre se comunicaban de forma telepática.
Esa noche Nya contemplaba la luna llena a través de la ventana abierta, con la cabeza apoyada en la almohada de su cama y, con lágrimas en los ojos, le pidió al satélite que bendijera a su pájaro, porque pronto iba a volar rumbo a la libertad.
La luna se conmovió, tomó su capa protectora con una gran delicadeza y volvió a alumbrar el cielo con el fulgor de antaño. Su brillo se intensificó e hizo palidecer a las mismas estrellas, al tiempo que comenzó también a envolver la cabeza de Nya con él. De forma instantánea, su rostro se llenó de arrugas y el pelo cobró el color de la nieve más pura.
Nya no notó el cambio porque se apoderó de ella un sueño muy profundo y agradable del que ya nunca despertaría. Mientras dormía, el pájaro se posó sobre el costado de aquella anciana durmiente de tez oscura y extendió repetidamente sus alas con delicadeza, preparándose para iniciar el vuelo. Al extenderlas, iban creciendo y con el movimiento sus plumas acariciaban a Nya, quien iba sintiendo que desaparecía como por ensalmo ese frío que aún llevaba metido en sus huesos.
Una candorosa calidez la inundó de pies a cabeza al contacto con las plumas de su amado pájaro, que salió por la ventana y, sin mirar atrás, comenzó a volar directo hacia las estrellas. Su silueta se recortaba contra la luna y ofrecía un hermosísimo espectáculo que Nya veía emocionada como en una ensoñación.
Curvó sus labios con una sonrisa plácida y, de sus ojos, que permanecían cerrados, comenzó a salir a raudales el llanto que había permanecido en su interior, congelado durante toda su existencia.
Su pelo blanco parecía la cima de una montaña nevada y, el caudal de lágrimas, un río de vida que crecía con su deshielo al calor de tanta felicidad como la embargaba.
Las lágrimas serpenteaban sobre su almohada, convertida ahora en una colina azul amiga y protectora de Nya, del pájaro y de miles de pequeñas flores que comenzaron a crecer en aquella tierra fértil.
Ese reino de la felicidad era de extrema belleza y vibraba como un corazón enamorado con locura de una eternidad encendida de vida. Un lugar fascinante, con el encanto de la sencillez que exhala la vida silvestre, y que seguiría existiendo por siempre para quienes sepan apreciarlo.
Un mundo nuevo en el que llorar de felicidad es el único llanto permitido, que es infinito porque esas lágrimas eran eternas y también su mensaje de paz y convivencia por un mundo mejor. Y tú, Cloe, aquí es cuando me preguntas que por qué Nya nunca deja de llorar. ¿O esta vez no?
"Esta vez no, abu, ya sé que Nya no llora, en realidad, pero tenemos que imaginar sus lágrimas porque su dolor se convierte en agua de vida, por eso el cuento es así de bonito y nos enseña tanto", dijo Cloe sacando con decisión la cabeza de debajo de la manta.
Eso es, querida, porque su dolor y su rebeldía, como los de tantas otras personas que han luchado por un futuro más humano, han conseguido que salga el arco iris después de mucho luchar y sufrir, y las lágrimas, que son como la lluvia, han creado un paraíso florido de tolerancia que debemos conservar y proteger.
Y recordar su sufrimiento también nos ayuda a no dar pasos atrás. Es importante tener memoria. Pero no padezcas, Nya no llora para siempre en este cuento, pues su mayor consuelo son nuestras pequeñas acciones cotidianas. Porque siendo pequeñas son grandes, como las de Nya, y solo nosotros podemos secar sus lágrimas actuando de corazón. La verdadera revolución para lograr un mundo mejor está...", "en cada uno de nosotros, abu", responde Cloe.
"¿Y el pájaro, abu, dónde está ahora, podría verlo si miro al cielo?", preguntó la niña. "El pájaro, mi chiquitina, está volando feliz en aquel paraíso de las flores que huelen a libertad. Es un lugar hermoso regado con las lágrimas de Nya, pero muy frágil, que hemos de cuidar y disfrutar.
No lo verás por aquí en la Gran Ciudad el smog, las luces de neón las de los rascacielos lo marean y lo pueden matar y él sabe que debe alejarse de todo eso. Por eso busca el cielo limpio bordado de estrellas por la noche o cuajado de nubes blancas flotando en cielos azules durante el día.
“¿Y dónde están esos cielos?” Muy lejos, pero puedes visitarlos con los ojos de la imaginación o recordando a Nya. Hay muchos modos de llegar a ese hermoso y vibrante lugar. Viajamos a él cuando miramos a los demás con los ojos del corazón, cuando decidimos no mirar a otro lado ante el sufrimiento ajeno o también cuando lo imaginamos con mucha fuerza y sentimos que estamos allí".
La pequeña se acurrucó, entornó los ojos, y sonrió al imaginar un lugar así, sutilmente perfumado con el profundo aroma de la libertad, en el que reinaba la esperanza y la alegría. "Quiero ir allí, no hay mejor lugar donde ir", musitó, y comenzó a acariciar suavemente la mano de su abuela, mientras el gato ronroneaba debajo de la manta.
Afuera, la luna suspiró largamente y su halo cobró una intensidad tan extraordinaria que traspasó la bruma, entró por la ventana del comedor y, por unos instantes, envolvió la estancia con su inefable magia dorada.
© Obra registrada. Todos los derechos reservados.

